Amanecer Oscuro


El acto de libertad más puro es aquél que decide sobre lo inevitable.
La existencia cristaliza en cada día vivido, sea este posteriormente recordado o no. La plenitud se expande en sus múltiples dimensiones en el presente, y es ése el lugar desde donde se juegan nuestras decisiones.
Importa poco nuestra duración, ya que nuestros tiempos vitales son despreciables (antes o después…hay un momento en que alguien absolutamente desconocido para nosotres (1) se detiene a mirar una foto nuestra y de nuestra compañía contemporánea y nos desconoce absolutamente, porque ya todos hemos muerto, y ya no importan las causas desde semejante futuro) esto, a su vez, implica desprenderse de la atención puesta tanto en el futuro como en el pasado.
Se puede decir algo de mil maneras: es posible narrar un mismo hecho incontables veces, contamos con la capacidad infinita de reinventar una historia -o nuestra propia historia-. Y es allí donde reside nuestro potencial libertario. El “cómo” es la salida para aceptar y no sucumbir ante el “qué”, ante lo que se impone de manera absoluta.
Se trata de un retener la atención frente a la historia que cada une de nosotres hace y rehace, siendo que el fin de toda historia es el ya conocido, la muerte misma. Elegir cómo morir dentro de nuestras posibilidades es a la vez elegir cómo vivir. Un aprendizaje que asume a la muerte como punto de partida más que de llegada, como significante de nuestra vida más que su ausencia.
La poesía condensa íntimamente la vocación de muerte. Un poema es capaz de exaltar la arbitrariedad máxima de expresión por sobre todo lo ya sabido. Y ésa será la clave: el disfrutar la forma. Detenerse en el presente, en el movimiento en sí mismo, es una manera de tomar conciencia de nuestra libertad frente a nuestra condición finita.
Así, la búsqueda de sentido está puesta de manera ideal en aquellas vivencias que no hacen referencia a otra cosa, a otro momento, sino que tienen valor por sí mismas: el placer como hecho absolutamente carente de utilidad, es su expresión máxima. Ya que no es un fin que pueda perseguirse, sino sólo en el momento mismo en que sucede el goce, hay una simultaneidad, una inmediatez en el placer que eclipsa toda causalidad, toda compulsión temporal. Disfrutar de la forma, como quiebre temporal desde donde generar una especial conciencia, para empezar a moverse nuevamente.
El brillo, la opacidad, la conciencia. Una suerte de dialéctica existencial. Aunque puede decirse que la conciencia es un estado más evolucionado por emerger de los otros dos, no se trata de una síntesis, propongo pensar a los tres estados como a un todo (disociable sólo para su contemplación) en el que cada uno esté contenido en el otro.
Como todo libro de poesía, puede empezar a leerse por cualquier página, según lo marque su apertura espontánea. La numeración, en este sentido, es arbitraria. Los títulos de las poesías caen, a su vez, en un metajuego poético: si bien son apenas números formales, carentes de significado, en el índice se exponen las primeras líneas de cada poema, lo que hace del mismo no sólo una instancia de referencia.

(1) Ya que todos/as contribuimos a darle forma al lenguaje que usamos, propongo asumir esa instancia creativa, poética, y utilizar la letra e para hacer referencia al binarismo de género mujer-hombre, así como también al continuum que cabe establecer entre estos “polos”, tanto desde lo cultural como desde lo biológico. Dado que ideología y lenguaje se implican mutuamente, se trata de un intento imaginario donde las palabras fueran inclusivas verdaderamente ya desde lo literal.
Un juego, nada más, en principio.

Mayra Jazmín Lucio

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