Juglar, trashumante. Ciruja, cebollita, carrito parlante por las calles del alma más alma. Sabandija, dicen en el tablón de los borrachos los barras más barras y entrañables. Resumiendo, una mezcla de negro más negro y el negro más negro, el negro por negro, a veces da blanco, blanco como el olor inolvidable de los tilos iluminados de
Sushi y distintos Palermos crecían por entonces en “mi Buenos Aires queridooo”.
Prat es de Villa Soldati, bien criado en Villa Urquiza y a comienzos del milenio, nada menos, entró a ir y venir de Europa, hasta que frenó en el Teruel español de los amantes, en España; curiosa madre patria. Frenar es en este prólogo -porque esto es un prólogo, che- una manera de decir, porqué en España el Negro siguió siendo negro batiendo el parche y haciéndole el aguante a tanto trasplante. Rima.
Claro que el Negro canta, todos lo saben, y que también escribe. Claro y obvio también es que el susodicho escribe como canta y canta como escribe. Con toda la voz, con todo el sentimiento y la elegancia que le vino. Un don, sin duda. Canta con premeditación y alevosía y levanta el trapo en cualquier territorio; hablando de batallas, vanguardias y tambores. Pero esto es un libro, nada más que un libro; el primero del Negro Prat. Un libro libre y claro.
Atado a si mismo, cuidadoso en la forma, imperturbable en el fondo, rolinga de ultramar en el modo de andar viendo el dolor y relatarlo. Confiesa en el poema “Terminillo”: “En algún portal/ De Terminillo, / Rincón tan luminoso. /Cualquier casa/Es mi casa,/ Y soy tranquilo,/El pibe sabedor”. Antes y después dice más cosas para temblar o entender por un buen rato, pero hasta aquí está bien.
Muchachada de a bordo, pasen y lean. A mí, el que suscribe, leerlo de una me hizo llorar y emocionar de verso en verso, pero a mí, como al Negro, me gustan los versos; con el agravante de mi parte de quererlo tanto, al Negro, claro. Sepa usted disculparlo.